jueves, 10 de julio de 2008

La segunda y definitiva independencia

Por Carlos del Frade.

“La historia es una continuidad. En realidad cada generación de argentinos produce un nuevo intento de independencia. La historia no está acabada porque la independencia no está alcanzada. De allí que sea fundamental recuperar la memoria no solamente desde el lugar de lo que nos hicieron, sino también de los proyectos colectivos que fuimos capaces de lograr. Porque esa es una forma de sentirnos e identificarnos. Nuestros abuelos no pelearon en Vilcapugio, pero durante todo el siglo veinte fueron protagonistas de peleas permanentes por una vida mejor y eso es lo que forma nuestra identidad. Porque la salud, la humanidad de una persona, no solamente pasa por la autoconservación biológica, sino por la autopreservación de la identidad. Hace poco leí una experiencia que me impactó. Un grupo de gatos fue encerrado en una jaula. Algunos de ellos naturalizaron el encierro. Se acostumbraron a la falta de libertad. Y fueron los que primero se murieron. El otro grupo de gatos buscaba desesperadamente la salida. Sufrieron estrés, dormían menos, comían menos, tuvieron gastritis, pero vivieron. De eso se trata, de saber que cada nueva generación en la Argentina pelea por la independencia”, sostuvo la psicoanalista Silvia Bleichmar, en diálogo con el autor de estas líneas. Celebrar el 9 de julio es retomar el protagonismo por lograr la segunda y definitiva independencia. Tomar conciencia de una historia plagada de traiciones y también de heroísmos contagiantes. Lo que sigue es una lectura posible en relación a aquellos días de julio de 1816.

Trama íntima de la historia argentina

El 24 de marzo de 1816 se iniciaron las deliberaciones del Congreso de Tucumán. Faltaron a la cita los representantes de la llamada Liga de los Pueblos Libres, lideradas por Artigas. En los territorios de las provincias de Corrientes, Entre Ríos, Santa Fe, Misiones, la Banda Oriental y parte de Córdoba, se creía en los estatutos redactados por la plana mayor del artiguismo: unidad de puertos, fomento de la indsutria, distribución equitativa de la tierra, impuestos de acuerdo a las riquezas, educación y salud para todos. El artiguismo en marcha era la confiscación de los privilegios de criollos y españoles que concentraban el poder económico y político. Algo semejante pasaba en el noroeste con el gobierno que llevaba adelante Martín Miguel de Guemes. San Martín, desde Córdoba, sentía que sin proyección continental, la revolución terminaría en una serie de palabras y sangre derramada en vano. El 9 de julio, con la presidencia de turno del diputado sanjuanino Narciso Laprida, se declaró: "Nos los representantes de las Provincias Unidas de Sud América, reunidos en Congreso General, invocando al Eterno que preside el universo, en el nombre y por la autoridad de los pueblos que representamos, protestando al cielo, a las naciones y a los hombres todos del globo la justicia que regla nuestros votos, declaramos solemnemente a la faz de la tierra que es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueran despojadas, e investirse del alto carácter de nación libre e independiente del rey Fernando VII sus sucesores y metrópolis...". Allí apareció entonces el sentido latinoamericanista de la revolución, el por qué valía la pena luchar y arriesgar la vida. Intentar una ética que en pos de la felicidad, tuviera en el proyecto político su razón de existencia. Una docena de días después, el acta jurada, agregaba el contenido de liberación integral:"independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metópolis" y "de toda otra dominación extranjera". Sentido real del 9 de julio. Argentina no podía existir si no existían las otras naciones de Sudamérica. Pero el problema de arrastre hasta el presente, era quién tenía derecho de existencia. En sesiones secretas del congreso se aprueba la necesidad de acordar con el general portugués Carlos Lecor, de aplastar a Artigas. No era por lo que representaba individualmente, sino colectivamente. Porque su proyecto político y económico, era el preanuncio de una revolución social, una confiscación de los privilegios. Algo similar sucede con los gauchos de Guemes y más tarde se reflejaría en la decisión de dejar solo al proyecto sanmartiniano. Macabra trama de la historia argentina. Mientras las mayorías ganan los espacios públicos a riesgo de sus propias vidas, dirigentes, entre bambalinas, entregan esa lucha en beneficio de unos pocos. Desde el 9 de julio de 1816, dos proyectos quedaron truncos, es decir, con necesidad de continuidad: el país, el lugar donde las mayorías puedan ser felices, no puede resolver su presente en soledad. Debe constituirse en unidad con la suerte de las mayorías del subcontinente. Por otra parte, los proyectos sociales que enfrentaban a las masas con los privilegios sigue siendo una urgencia aún por resolver. En este marco, sentirse feliz por el 9 de julio, implica sostener encendida la pasión por seguir en la lucha por aquel proyecto que sufrió de tantas traiciones como en los tiempos que corren.

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