lunes, 1 de septiembre de 2008

Con la tripa revuelta

Por mi amiga Viginia Bertetti.


Esta podría ser una nota periodística, pero de esas ya hay muchas. Mal que les pese a mis profesores de redacción, siempre las pasiones se meten en medio de las palabras y mis artículos no tienen que ver mucho con los publicados en los Clarines y en las Naciones.


En esta ocasión quiero hablar del juicio a Bussi y Menendez, de sus dichos, del nefasto uso del lenguaje, de la sentencia y de los hechos posteriores, los cuales mientras tecleo estas letras, siguen sucediendo en el centro de San Miguel de Tucumán.


Un Crimen de Lesa Humanidad es, según alguna definición más o menos académica, por lo establecido por el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, a las conductas tipificadas como asesinato, exterminio, deportación o desplazamiento forzoso, encarcelación, tortura, violación, prostitución forzada, esterilización forzada, persecución por motivos políticos, religiosos, ideológicos, raciales, étnicos u otros definidos expresamente, desaparición forzada, secuestro o cualesquiera actos inhumanos que causen graves sufrimientos o atenten contra la salud mental o física de quien los sufre, siempre que dichas conductas se cometan como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y con conocimiento de dicho ataque. Esa es por lo menos la definición. Pero como toda fórmula, está un poco vacía de vida.

Las historias que se llevó la dictadura, esas si que no estaban vacias de vida, eran hombres y mujeres con sueños e ideales, acertados o no, según el cristal que los mire, pero seguros de sus creencias. Un mundo mejor, un hombre nuevo, una sociedad más justa era los que buscaban estos "apátridas marxistas leninistas", según la definición de esa bolsa de huesos podridos sentados en el juzgado.

Si por luchar por un mundo donde quepan todos los mundos, se es apátrida y subversivo, culpables de ese "delito" somos muchos por suerte. Según esta concepción de "guerra" y esa teoría de los dos demonios, se llevaron adelante asesinatos y hechos dignos de las mentes más perversas. Y no solo quedó en los gritos ahogados en los fondos de la ESMA o de la Quinta de Funes, esta ideología nefasta fue la que atravesó la garganta del Pocho Lepratti, quien daba de comer a los pibes en el barrio de Las Flores, en los arrabales de Rosario. Solo un apátrida podría cometer un delito de este tipo. Esta ideología fue la que fusiló impunemente a Maxi y a Dario en la estación de Avellaneda y también la que se llevó a Julio Lopez, vaya a saber donde.

Lo peor es que estos "defensores de la patria frente a la amenaza roja del comunismo" (creí que jamas escucharía estas palabras en vivo y en directo y hoy tuve la vergüenza de que esto pasara), con sus políticas económicas, no solo mantuvieron callada a una gran parte de la población, sino que arrastraron lentamente a millones a los suburbios de la dignidad. La sociedad también los culpa por eso, no solo por los desaparecidos, por los muertos de toda muerte, sino también y en gran parte, por sembrar la semilla para que ese pibe esté ahora afuera, tirado en la calle, sin cara ni nombre. Todo en pos de su proyecto de Nación.

Ahora son viejos, aún más inservibles que antes, fingiendo achaques de cobardes nomás que son. Con un arma cualquiera es machito, eso es parte del saber popular. Y la justicia, que los "persigue", les dictó prisión perpetua. Pero no es suficiente, esos huesos podridos se acomodarán en los lujosos colchones que construyeron con tanta sangre. Su papel de viejo enfermo le funcionó. Pero este no es el fin. Tiene un espacio asegurado en el rincón más roñoso de la historia, el título de asesino no se lo lava con nada. Ni con esas lagrimas de plástico añejo que quiso destilar.

Esta no es una nota periodística, y no creo que pueda aprobar la materia de redacción. Pero de esas notas ya hay muchas, demasiadas.

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